Treinta y tres.

La infancia. Aquello que lo seres humanos tras siglos de evolución, aún no hemos sido capaces de valorar. La infancia, es algo que cuando se pierde, no se vuelve a recuperar jamás.
Cuando eres niño lloras porque tu madre no te compra un juguete, lloras cuando caes o cuando pierdes algo que te gusta mucho, algo que quieres. Al crecer los motivos para llorar son distintos, puede que te enamores de alguien que jamás se fijará en ti, puede que te rompan el corazón, una, dos, tres veces; puede que pierdas a un ser querido, habrá un momento, en el que ya no estará tu madre para secarte las lágrimas, un momento en el que tendrás que aprender a levantarte solo cada vez que te caigas, habrá un momento en el que tendrás que formar una coraza, para poder asimilar los golpes, para que ya no duela, para que ya no te afecte y aprendes a vivir con el dolor.
De niño, pensamos que nuestra vida es perfecta y creemos que siempre será así, que siempre seremos igual de felices, que todo durará eternamente, tus botines nuevos, tu libro de colorear, tu perro, tu madre, tu padre...
Cuando creces desearías una y otra vez volver al pasado, a aquellos años en los que esperabas ansioso el primer día de colegio, en los que te levantabas a las siete de la mañana para no perderte ni uno de tus dibujos animados preferidos, en los que un beso de tu madre en la rodilla hacía que la herida desapareciera al instante.
Supongo que es ley de vida eso de añorar la infancia, de pensar en lo perfecto que era todo antes, supongo que a todos nos pasa.
Por eso, debemos cuidar la infancia de nuestros hijos, eso hará sus vidas en el mañana, debemos hacer su infancia, tan perfecta como fue la nuestra.